Si no puedes con el enemigo, únete a él. Ya que lo de salir al cine y a cenar se nos ha hecho bastante difícil desde que tenemos tantos niños, hemos traido a casa el cine y la cena. Bueno, cenar lo hacemos todos los días, no os vayáis a creer; me refiero a algo especial. Así que desde hace un par de meses, y aprovechando que los dos mayores, David y Natalia, ya disfrutan de películas largas, los sábados por la noche tenemos sesión familiar de cine y pizza casera. Es un pequeño ritual que hemos instaurado: ayudan a Eduardo a poner los ingredientes de la pizza, y en vez de comérsela en la mesa, se la llevan al sofá, donde también comparten una lata de coca-cola mientras ven la peli de torno.
Y aquí, en la elección de la película, es cuando se viven los momentos de mayor tensión, por delante de la impaciencia por poner jamón o queso rayado sobre la masa de la pizza o el conseguir que se laven los dientes y se acuesten al terminar. Lo dífícil es encontrar una que, a priori, apetezca a los tres. Una vez puesta, David, de seis años y medio, y Natalia, de cinco, se suelen quedar enganchados. Y Elisa, que aún no tiene tres, la ve un rato, y luego se pasea, o juega a otra cosa. Pero digamos que el momento de votación democrática no suele ser muy pacífico, y al final se suele imponer la dictadura.
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